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1. Cierto que la tal casa estaba un poco inclinada y amenazaba con su vientre a los transeúntes; que tenía el techo caído sobre la oreja, como las gorras de los estudiantes de Tugendbund; que la verticalidad de sus líneas no era lo más perfecta; pero se mantenía firme gracias a un olmo secular y vigorroso en que se apoyaba la fachada. (Julio Vernes: Viaje al centro de la Tierra)   
2. La catedral era obra de sus príncipes eclesiásticos. Todos habían puesto en ella algo que revelaba su carácter. Los más rudos y guerreadores, el arrmazón, la montaña de piedra y el bosque de madera que formaban su osamenta; los más cultos, elevados a la sede en época de refinamiento, las verjas de menuda labor, las portadas de pétreo encaje, los cuadros, las joyas que convertían en tesoro su sacristía.(Vicente Blasco Ibáñez: La Catedral)   
3. Estoy sentado en un banco, en el extremo septentrional de la pequeña plazuela. Probablemente fumo un cigarrillo. Las palomas van y vienen, deteniéndose a veces a cierta distancia. Hay niños jugando al otro lado de la fuente. Los surtidores me impiden verlos, pero escucho sus rrisas. (Gonzalo Torrente Ballester: La Celda)   
4. La mujer del médico está ya en el lado izquierdo, en el coredor que la llevará a la tercera sala. También aquí hay ciegos durmiendo en el suelo, más que en el ala derecha. Camina sin hacer ruido, despacio, siente que el suelo viscoso se le pega a los pies. Mira para dentro de las dos primeras salas, y ve lo que esperaba ver, los bultos tumbados bajo las mantas, un ciego que tampoco consigue dormir y lo dice con voz desesperada, oye los ronquidos entrecortados de casi todos. (José Saramago: Ensayo sobre la ceguera)   
5. Era el pleno invierno y, sin embargo, se anunciaba una mañana radiante en la ciudad ya activa. En el extremo de la escollera, el mar y el cielo se confundían en un mismo resplando. No obstante, Yvars no los veía. Pedaleaba pesadamente por las avenidas del puerto. Su pierna inválida descansaba inmóvil sobre el pedal fijo de la bicicleta, mientras la otra se esforzaba en vencer a los adoquines, aún mojados por la humedad nocturna. (Albert Camus: Los mudos)   
6. Ramaje resistente de los avellanos, que se cruzaba por encima de mi cabeza, no había sido podado a lo largo de dos generaciones, por lo menos, y ningún hacha había ayudado al roble cubierto de musgo o al haya a subir más alto que ellos. Allí la carretera se convertía abiertamente en sendero alfombrado sobre cuyo terciopelo marón matas viejas de prímulas parecían trozos de jade y unas pocas campanillas de tallos blancos, enfermizas, cabeceaban al unísono. (Rudyard Kipling: Ellos)   
7. Extraordinario decorado el de este bosquejo de ciudad abandonada en los confines de un pueblo y al margen de los siglos. Bordeé la mitad del hemiciclo, subí por las escalinatas del pabellón central: contemplé largo rato la sobria majestad de estas construcciones edificadas con fines utilitarios y que nunca sirvieron para nada. Son sólidas, son rreales: sin embargo, su abandono las transforma en un simulacro fantástico: uno se pregunta de qué. (Simone de Beauvoir: La Mujer Rota)   
8. -Todos los vasos tienen sed -siguió diciéndome el alfarero-; «ésos» como los míos, de arcilla perecedera. Así los hicieron, abiertos, para que pudieran recibir el rocío del cielo, y también ¡ay!, para que huyera presto su nécta. (Gabriela Mistral: La sed)   
9. Aunque era verdadero sobrino de Avelino no entraba en el sótano por las escaleras que bajaban del primer piso sino que prefería entrar por la gatera de la romana un acceso que nadie conocía sino Fau y que comenzaba en una exclusa cerrada por una plancha horizontal de hiero e iba a parar a la báscula romana de palanca que contaba los caices de trigo. (Ramón J. Sender: Saga de los suburbios)   
10. Al cabo de un largo viaje, llegamos a Inglatera el 11 de junio de 1687, después de treinta y cinco años de ausencia. Cuando llegué a Inglatera era un perfecto desconocido, como si nunca hubiese vivido allí. Mi benefactora y fiel tesorera, a quien había encomendado todo mi dinero, estaba viva, pero había padecido muchas desgracias. Había enviudado por segunda vez y vivía en la pobreza. (Daniel Defoe: Robisón Crusoe)   
Calificación: puntos.   

 

Juan Antonio Marín Candón - Morón de la Frontera (Sevilla) | Consultas sobre esta página
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